No he lavado las sábanas. Todavía anoche estuve oliéndolas y recordando. Poco faltó para que me la metiera por la oreja. Me duele la vagina. Es normal me dijo Luz, la vecina piruja de mi madre, la que no grita ni aunque se la coja un caballo. Trece horas estuve hoy frente al espejo: “Estás bien pinche celulítica, pero que buenas nalgas tienes”, lo amo porque me coje de perrito. Lo amo porque me obliga a chupársela. Un día se la vomité. Se emputó y me puso una santa madriza que hasta lo drogada se me fue para el otro hemisferio. Hoy cumplo 40 años. No lo recordó el puto. Le llamé hace rato y se escuchaban carcajadas, estaba con Tamara, la lolita que se consiguió en una secundaria. Pinche escuincla puta, yo a su edad jugaba con muñecas; bueno y se la chupaba a veces al profesor de música, pero no por puta, sino por una calificación decente.
“Ten hijos Leonilita, ten muchos bebes y cásate mija, no me mortifiques”, chinga tu madre. Mi mamá era una mortificada del señor, una beata que por las noches tragaba tacos de azúcar para calmar la calentura. Mi papá se la jalaba hasta entrada la mañana. Una, dos, tres, diez veces. Mi padre me dejó unas revistas bien califas cuando murió, hay posiciones que duelen un chingo pero al Pedro le encantan, “Mija, deja te muerdo la nalga, no?” y me la muerde y me la deja con moretes bien feos. Amo al Pedro y a sus vestidos de jaguar, sus tacones altos y picudos. Amo al Pedro porque me coge de perrito y me hace sentir mujer, su mujer.